miércoles, 29 de abril de 2009

LA NOCHE DE MATILDA ESQUER (Novela en construcción de Magda González)

CAPÍTULO II
Matilda miraba el mar. La tormenta ya había pasado. Sobre la arena de la playa vio como la basura iba acumulándose. Las olas habían arrojado bolsas, latas, envolturas, ramas. Ella se sentó sobre una silla del puesto de mariscos donde trabajaba. Ese día no se vendió nada. Matilda había crecido en Kino viejo, esa parte del poblado, que dicen, nada tiene que ver con la zona turística. ¿Y qué es eso? Rara vez un extranjero se acercaba a su puesto, dizque su puesto, porque en realidad era de una señora que vivía en Tucson, Arizona, Doña Dulce, casi nunca venía. Su sobrina Tere pasaba a sacar cuentas con Matilda. Doña Dulce tenía una casa muy grande y bonita en Kino nuevo. Siempre la tenía rentada a gringos. No más una vez se la rento a mexicanos, pero fue puro arrepentirse. Al poco tiempo los tuvo que sacar porque la judicial les cayó alegando que ahí estaba el gordo Fernández, “Capo del cartel del Valle”. Cómo se rieron. Si todos en Kino Viejo sabían que el gordo Fernández no era más que un burrero que funcionaba en las carreras parejeras de la calle doce.
En las noticias dijeron que iba a llover por varios días, que era una colita de huracán. Eso quería decir que ella no tendría dinero para los aboneros. Y el Chino, su hermano, que no se reportaba. Ya tenía dos meses al otro lado, y según él no ha podido agarrar trabajo, que porque no sabía hablar ingles, si en Tucson nadie habla ingles, se burlaba Matilda de él cuando leía sus cartas.
Matilda, no le gustaba quedar mal con sus deudas, pero ahora si que no se va a poder. Y ya no le quería pedir prestado a su tía Remedios porque siempre que lo hacía, le salía con que se buscara un marido, aunque sea un gringo jubilado, de esos que viven en Kino Nuevo. Ella no más sonreía. Ya se imaginaba agarrando pellejos, y con su diccionario de ingles a ver si le entendía al vejete. No, ella no era para eso. Mejor se iba a vivir a Hermosillo. Cuando vivía su mamá siempre pensaban irse juntas para la ciudad, pero su má nunca se decidió a vender la casita de Kino Viejo. Era miedosa su má. Eso le hacía pensar que tenía a quien sacar. Ya estaba harta del olor a pescado frito y mariscos. Y también de los hediondos piscadores que venían a trabajar a la uva en el poblado Miguel Alemán. En el poblado se hacían los buenos bailes, con banda y todo. A veces venían muchachos de la ciudad, de esos que traen sus pick ups del año con su buen estereo.
En eso estaba, cuando allá, lejos, en el mar, le pareció ver flotar algo, parecía una persona. Matilda se levantó y aguzó la vista a ver si podía ver mejor, pero no, ya no veía nada. A la mejor era una figuración de ella. ¿Y si era un cristiano? ¡Qué Dios lo tenga en su gloria! Ella no quería meterse en más broncas de las que ya tenía. No le fuera a pasar como a los Andrade, que por andar queriendo ayudar, los judiciales hasta los andaban implicando en un ajuste de cuentas de narcos. ¿Y si se lo tragó el mar con la tormenta? Pues quién le manda por andar saliendo con la tormenta encima.
Mejor se dejó de tonterías, que para películas ya hay muchas en el cine. Matilda se soltó riendo. Películas, ella de chica soñaba con salir de cantante en la tele. Una vez, de chamaca, cantó en la escuela y su maestra le dio una bolsa con dulces. Ella se sentía feliz hasta que, Miguela, una chamaca de la escuela, le dijo que mientras no saliera en la tele no era artista. Le dio tanto coraje que le dio sus buenos jalones de greñas a la tal Miguela, se armo el pleito, todos los de más chamacos las rodeaban y les gritaban cosas para que les diera más coraje a las dos. La tal Miguela se soltó llorando, y Matilda le gritaba:
- ¡Dime que soy artista! ¡Dime que soy artista!
Miguela agarró un puño de tierra y se lo arrojó a la cara de Matilda, y rápido se levantó y se fue corriendo, mientras le gritaba:
- ¡No eres artista! ¡Eres una chamaca piojosa y greñuda igual que tu mamá!
Matilda corrió tras ella, pero no la alcanzó porque se metió a su casa. Fue tanto su coraje que se le llenaron los ojos de lágrimas y empezó a llorar. Toda la chamacaza le decía:
- ¡Esta llorando, esta llorando! ¡Lero, lero, le ganaron!
- No estoy llorando, es que me cayó tierra en los ojos.
Les contestó Matilda, y se fue a su casa.
Ahora ella tenía veinticuatro años, ya estaba vieja para andar pensando en eso. Según la tía Remedios estaba vieja hasta para casarse. Ella no se consideraba fea, tal vez llenita, morena por el sol, y nada más. Eso del matrimonio es de suerte, no sabía si de buena o mala suerte, pero suerte al fin.
Casi todas sus amigas se habían ido de Kino Viejo. Unas para la ciudad, otras para la sierra, y según la tía Remedios, las más buzas para el otro lado.
Ella ni pasaporte tenía, y para pasarse de mojada era muy miedosa, ¡qué le va a importar el otro lado! Mejor se puso a limpiar la playa que esta frente al puesto de mariscos.
Matilda fue por una bolsa de plástico y empezó a recoger los desperdicios. En eso estaba cuando vio venir a un hombre, no muy alto, moreno, a lo mejor tenía unos cuarenta años, por el short y las chanclas de hule que traía. ¡Ah, qué hombre, salir a pasear a la playa! ¡Qué ocurrencia!
Traía una botella de plástico, parecía de refresco de dos litros. A lo mejor le podía vender una. Al menos eso para no irse en blanco ese día. Pero no, el hombre pasó de largo, ni siquiera volteó a verla. Ella siguió recogiendo la basura. De pronto escuchó que alguien la llamaba. Venía una señora corriendo por la playa. Qué raro, otra paseante con este tiempo. Era Sofía que seguía a Manuel.
- Oye muchacha, ¿viste pasar a un hombre con un short de pato Lucas y chanclas de hule verdes?
- Sí, se fue por allá.
- ¿Hace mucho?
- No, apenas paso.
- No has vendido nada, ¿verdad?
- No, con la lluvia quien va a andar por aquí.
- Pues si, apenas una que esta medio loquita ¿vendes cigarros?
- Sí.
- Dame unos blancos.
Matilda le dio los cigarros y le cobró. Sofía se alejo por donde le había dicho Matilda que se fue Manuel.
Matilda siguió recogiendo la basura. Volvió a mirar hacia el mar. ¡Qué harta la tenía el mar! De nuevo le pareció ver a alguien flotando entre las olas. Ahora pudo ver mejor. Tuvo el impulso de meterse para ayudar, pero se detuvo y pensó: No, para qué me meto en líos. Ha de estar muerto, o muerta. Ya lo encontraran después. Los muertos no necesitan ayuda, en cambio los vivos…
Siguió recogiendo la basura y de repente encontró una credencial de elector, era de la señora que había pasado. Sofía Martínez, leyó. Se la guardó en la bolsa del pantalón por si volvía por ella la señora. Qué extraño, que esos turistas anduvieran por aquí. ¡Bueno, la gente de la ciudad es tan rara!

IX

Roca constante,
piedra callada,
humilde canto,
catedral pétrea es tu persona
donde me oculto y suelto el llanto.

Magda González

jueves, 23 de abril de 2009

Sarah Brightman - Deliver Me (original video)

EL REGRESO

Es extraño regresar a mi ciudad. Me sorprendo, me atemorizo, me hago preguntas, creo que sueño. ¿Qué diferencia hay entre estar aquí y estar allá?
Cuando estaba en esa gran ciudad, caminando por sus anchas avenidas, pensaba, sintiendo la calidez del bien perdido, en el regreso.
Ya estoy aquí y te busco. Más en tu mirada encuentro una perplejidad que no me deja acercarme. Hubiera querido que tocaras mi rostro como un ciego, y después, con seguridad dijeras: sí, es ella.
Pero no fue así y te fuiste sin haberme reconocido. Pensé, tal vez mis gestos, mi mirada, la expresión de mi voz ha cambiado. Sin que yo me diera cuenta la gran ciudad se me adhirió.
Tardaré en recuperarme, y entonces, habré llegado.

La costumbre me hace volver al mismo lugar. No quiero mirar hacia atrás, la destrucción es como una rebaba incrustada en el ojo.
Ojo sangrante e inflamado.
El Cíclope, como todas las tardes, se sienta sobre la arena de la playa y espera, pacientemente que ella surja entre las olas con su torso desnudo dejando ver sus senos, esferas de cósmicos misterios. Él, apenas tiene tiempo de ver ese rostro tan perfecto que le dedica una sonrisa y una mirada, cuando ella, gozosa, se zambulle entre las olas, dejado ver el brillo de sus escamas, cometa que se aleja en el firmamento; pero sólo tiene que esperar un poco, ya que ella resurgirá como el festón de una incesante ola, una y otra vez, hasta que las constelaciones reclamen su lugar en el manto de la noche.
Entonces, el Cíclope, meditabundo, se pregunta: ¿por qué él simplemente tiene un ojo para ver el vaivén de las olas donde nada la hermosa y seductoras sirena?
La respuesta que encuentra es tan sencilla que lo hace sonreír: Si yo tuviera un par de ojos seguramente los Dioses me castigarían con la ceguera. Nunca el todo, sólo la mitad, para que siempre anhele la dicha completa. Es el designio de los Dioses y ellos saben la verdad de la eternidad.
Anhelar... anhelarte... El Cíclope cierra su ojo, duerme, y sueña con sirenas.

Un ser amedrentado hiere por defensa. No perturbes la paz de mis pensamientos; porque lo que antes fue suave, puede convertirse en serpiente venenosa.

Medusa, miraba alrededor cúmulos de rocas, que le recordaban lo que antes fue palpitante vida. Tanta soledad la hacían aullar de dolor. Voz triste y prolongada, que se hace eco de roca seca y polvorienta. Si a ella se le hubiera concedido la inmortalidad tal vez podría encontrar la resignación del infinito. Pero esas sierpes, puestas en su cabeza, como cabellera de destrucción, no cesaban de recordarle:
- ¡Lastima, hiere, mata! ¡Véngate de tu dolor, en su dolor! ¡Desgarra sus carnes con tus garras y tus colmillos; y si se atreve a mirar, conviértelo en piedra; que tema y reconozca tu fealdad entre las criaturas del universo, que al fin y al cabo tu vida esta sujeta a la muerte!
Palabras como dardos envenenados, que sólo provocan en Medusa maldiciones y dentelladas, con furia, al aire. Sólo su mirada refleja el animal agónico que se pregunta: ¿Por qué a mí?
A veces, olvidaba su simiente de tormento, sus oídos ya no escuchaban, porque su mirada, a la hora de la luz crepuscular, se hundía en la profundidad del mar. Se imaginaba la vida, ahí, en lo más hondo; donde los peces se convierten en figuras que nadie reconoce, algunas brillan enigmáticas. Nadan simplemente dentro de las aguas de ese mar inmenso, secreto, oculto. Ella soñaba con estar ahí, pero no, estaba sola, escondida entre las rocas, acechando.
Después, miraba hacia el horizonte, y el viento indiferente tocaba su cuerpo, a veces con suavidad, otras con la fuerza de la tormenta. Ella se entregaba, y lamía sus labios en un beso que compartía con el canto de un lejano cetáceo.
Sólo el silbido del aire entre las rocas mortuorias, cubre con crueldad ese silencio infinito que desgarra cualquier deseo de consuelo que le ha sido negado, a ella, coronada con el horrendo poder de los Dioses.
Mientras meditaba en su destino, Perseo se acercaba en su nave, gozoso del pronto enfrentamiento con el monstruo de cabellera de sierpes, la feroz Medusa que le daría gloria inmortal al derrotarla. Pronto, Perseo tuvo frente a sí el lugar donde se ocultaba Medusa, la Gorgona.
La guarida estaba en lo más alto de un risco. Él sabía perfectamente que, si miraba los ojos de Medusa, inmediatamente sería convertido en roca, una más de las que hay tantas por ahí, y no era a la muerte lo que temía, sino ver su proeza fracasar. Así que pensó llegar por el lado opuesto para atacarla, y con un golpe certero de su espada le cercenaría la cabeza. Con cautela subió. Cuando la tuvo a la vista preparo su espada, pero en el preciso momento en que iba a descargar el golpe, todas las sierpes de la cabeza de Medusa voltearon hacía él y en sus ojos vio, con espanto, el rostro de ella multiplicado en los cientos de ojos que lo miraban fijamente. Su cuerpo se lleno de terror, y no pudo dar el golpe, el héroe había fracasado, sólo en un reflejo de sobrevivencia, alcanzo a ocultar su rostro entre sus manos soltando la espada y el escudo. Medusa gritaba con furia:
- ¡Llegaste hasta aquí para verme, pues mírame!, ¡Mírame!
- ¡No!- Perseo gritaba lleno de terror.
Las sierpes, murmuraban blasfemias, burlas en contra de Perseo, que acrecentaba la furia de Medusa.
- ¡Mátalo, es uno más de los que se burlan de tu desgracia, de tu monstruosa imagen!
¡Sin piedad arráncale las manos con tus afiladas garras! ¡Él quería coronarse como héroe dándote muerte! ¡Mátelo! ¡Mátalo!
-¡No es verdad! ¡Yo sólo quiero liberarte de tu prisión! -gritó desesperado.
Medusa se intrigo ante sus palabras.
- ¿Liberarme? ¿De qué?
- De ti.
Las sierpes suspicaces gritaron:
- ¡Quiere engañarte, nadie puede liberarse de si mismo, ni los Dioses! ¡Mátalo de una buena vez!
Medusa, miro a ese hombre, uno más que se humilla ante el temor del Hades. Y riendo irónica dijo: Liberarse de sí mismo, ¿te estas burlando de mí?
La Gorgona tomó la espada de Perseo, las sierpes gritaban, deseosas de muerte, que acabara con él.
- ¡Córtale las manos, córtale las manos! ¡Oblígalo a mirarte!
El hombre, como siempre, tan débil sin su soberbia, pensó Medusa, y levantando la espada de Perseo, de un sólo tajo cerceno su corona de sierpes, lanzando un profundo grito que hizo temblar las rocas y encresparse las olas del mar. Después el silencio.
Perseo no resistió más y miro frente a él, aunque con eso sabía que tal vez encontraría a la muerte. Medusa, la Gorgona, ya no estaba ahí. Alcanzó a ver el montón de sierpes que yacían muertas sobre la polvorienta tierra. Él pensó que la monstruosa Medusa había huido, pero escucho la voz de ella que lo llamaba quedamente.
- ¡Perseo, Perseo, aquí estoy, detrás de la roca! ¡No te acerques!
Perseo busco desesperadamente, para defenderse, su espada y su escudo, pero no estaban.
- No los busques, Perseo, yo tengo tus armas. No temas, no te haré daño. Sé que vienes a matarme, no te preocupes, lo harás; quién puede negarse a compartir el destino de otro cuando ya estaba trazado desde el principio de los tiempos.
-¿Cómo voy a matarte si no tengo mi espada y mi escudo?
- Te los devolveré, pero para eso tienes que decirme dos cosas qué para ti hayan sido lo más maravilloso que han visto tus ojos.
Perseo jamás había pensado en eso, pero le dijo a Medusa que una vez, había visto una bandada de pájaros, que volando parecía que danzaban formando figuras perfectas, y lanzaban graznidos tan gozosos que parecían gritarles a todos, lo felices que eran al poder surcar el cielo sólo con el poder de sus frágiles cuerpos, venciendo de esta manera la soberbia de los hombres que los miraban, fijos, desde la tierra.
Medusa suspiro y dijo:
-Sí, la fuerza de la fragilidad.
Medusa complacida le dijo a Perseo.
- Detrás de esa roca esta tu escudo, tómalo.
Perseo corrió hacia la roca y lo tomó.
Medusa le ordeno que le dijera la segunda maravilla, para devolverle su espada.
Perseo, recordó, que siendo muy jovencito, se metió a nadar en una lejana playa, donde había un lugar rodeado de rocas donde se formaba un arrecife, el agua era tan cristalina que se podían mirar los peces que nadaban en ella. Él, sin pensarlo mucho se metió a nadar, y abriendo los ojos bajo el agua alcanzaba a distinguir a los peces, que lanzaban bellos reflejos gracias a la luz que penetraban la trasparencia del agua, era maravilloso. Cuando, de repente, alcanzo a ver a un animal que no conocía, era como una bola de cristal, con finos tentáculos que relucían como rayos de plata. Era agua transformada en cristal, y nadaba tan acompasadamente, abriendo y cerrando la membrana transparente de su cuerpo que podría percibirse el placer que ésto le provocaba.
- Creo que hasta ahora, eso es lo más maravilloso que he visto.
Medusa sólo susurro:
-Sí, es hermoso, has visto la libertad. Ahora, Perseo, toma tu espada, y cubre tu rostro con tu escudo para que no mires mis ojos. Libérame.
- Ante tu lastimera rendición, quiero decirte que mi cometido al venir aquí no era liberarte, eso lo dije para distraerte.
- Tú no lo sabes, pero esa liberación viene de los Dioses, por fin se compadecieron de mí, y hablaron por tu boca
Medusa salió de su escondite, cubriendo su rostro con las manos.
-¡Hazlo, Perseo, hazlo! ¡No titubees! ¡Es nuestro destino!
El tomó la espada y de un solo tajo le corto la cabeza a Medusa. Perseo, maravillado, vio como de la sangre derramada del cuerpo de la Gorgona nació Pegaso, el caballo alado, que surca los vientos, y mira el mundo desde las alturas de su vuelo. También alcanzó a escuchar a los cetáceos, que gozosos lanzaban, a lo lejos, sus cantos al recibir el cuerpo de la Medusa, que al caer al mar se convirtió en una esfera de cristal de agua con tentáculos de plata, que danza y danza sin parar en el océano sideral.

miércoles, 22 de abril de 2009

lunes, 20 de abril de 2009

XIII

Raíces de vida entera
irrumpen entre el asfalto,
y exige su voz germinia
no ahogarse entre el hormigon
de cal y canto callado.
Magda González

LA SITUACION LABORAL DE LAS MUJERES EN EL ARTE

Hablar de arte en Sonora, sería muy general. Lo que podría decir que caracteriza a Sonora, en este rubro, es un grupo, no muy grande, de mujeres y hombres, dedicados a promover y proyectar sus trabajos artísticos. Es sabido, que en la situación en que nos encontramos, utilizamos el 80% de nuestro tiempo en promovernos, y sólo nos permite el mercado dedicar un 20 % a crear. Claro, me refiero a los que nos dedicamos a esto como profesión y modo de sustento, ya que muchos tienen que laborar en otras áreas, la mayoría en la burocracia cultural o en la docencia.

Las mujeres que laboran solamente en el arte, a veces tienen que posponer proyectos, como el de tener familia, ya que no cuentan con trabajo fijo que asegure el ingreso a guarderías publicas, o servicios médicos para ellas y sus hijos. Las mujeres de más de sesenta años, que han dedicado toda su vida a este trabajo, mucho menos cuentan con una jubilación o apoyo a servicios médicos, esto es lamentable, que después de dedicar todos sus esfuerzos a dejar un patrimonio a su comunidad terminen sólo con el apoyo de sus familias, si bien les va.

Anoto, como caso singular, el programa de Seguro Popular para artistas, implementado por la administración actual del municipio de Hermosillo, que cubrió el gasto de inscripción por el año 2008 a 2009, claro es un esfuerzo que se agradece, pero no sabemos si tendrá continuidad, y si beneficiará a más artistas, ya que fuimos pocos los beneficiados, tomando en cuenta el número de artistas que lo necesita, pero como proyecto de inicio, cuenta.

Algunas instituciones han implementado las llamadas becas para creadores, las cuales funcionan más como contratos laborales, donde el artista tiene que dar algunas funciones o cursos para pagar esas becas, entonces la pregunta sería ¿quién apoya a quién?
Otra beca, la llamada al merito o trayectoria, es una cantidad minima, que no llega ni a los $100,000.00, para una persona de más de 60 años, que ha dedicado su vida a esta labor, casi parecería una burla, y por supuesto que son muchos hombres los que están en la ternas, pocas mujeres ¿por qué? Eso les toca contestarlo a las instituciones que organizan esto.

Las políticas culturales en nuestro Estado, hasta el momento, parecerían más inclinadas a apoyar a instituciones gubernamentales, que a los artistas. Aunque la ley de Cultura de Sonora parecería una panacea, muchos nos preguntamos ¿quién esta al pendiente que de verdad se aplique de una forma equitativa y justa? Dice que existe un Consejo de Cultura y Arte, ¿Quiénes y qué han hecho estas personas para apoyar las propuestas de los creadores?

Yo quisiera saber si las personas involucradas en la política de nuestro estado, candidatos, diputados, y alguno que otro funcionario de cultura, si conocen lo que hasta hoy la historia de las políticas publicas, en el área de cultura, han hecho o no hecho, en los diferentes gobiernos, tanto municipales como Estatales.

Lo que hagamos las mujeres con nuestra creatividad artística, dentro de nuestros talleres, eso ya es muy personal, la calidad de la obra sólo puede conocerse hasta que es expuesta a un público, y eso, hasta el momento, es responsabilidad de las instituciones, ya que muchas de nosotras quisieras ser independientes como promotoras de nuestras obras, dentro de las llamadas empresas culturales, pero resulta que el arte no es rentable para que se nos de un préstamo de las instituciones bancarias o de gobierno, eso incluye al Instituto Sonorense de la mujer, y al Instituto municipal de la mujer, ya que si llevamos un proyecto a sus programas de mujeres pequeñas empresarias tiene que estar inclinado a liderear algún proyecto comunitario, pero nunca sólo por apoyar proyectos para promover la obra de la artista.

Como ven, no quise hablarle de problemas de genero, ya que el arte no tiene sexo, es una expresión estética de los seres humanos, los problemas empiezan cuando interviene el mercado y las políticas culturales.

Me quemas cubriéndome de llagas, que después lamerás para aliviar mi dolor.

Con gran fuerza golpeaba el martillo contra el yunque, forjando una larga cadena. Estaba decidido. Cada eslabón era una de las ofensas que ella le había hecho. Gozaba viendo las chispas que el acero lanzaba a cada golpe. Sí, definitivamente, eran iguales al brillo de sus ojos. Nada, nunca lo volvería a engañar, estaba harto de esa llamada prostitución sagrada. Sólo de pensar que otro tocara su vientre suave y carnoso le hacia sentir fuego en el pecho.
- ¿Hefesto, qué haces? -Le preguntó, curiosa, Afrodita.
El no contestó, ni siquiera volteo a verla. No podía creer la inconciencia de su mujer. Tal vez ella creía que además de cojo era idiota.
Afrodita se regocijaba contándole a Hefesto los últimos sucesos en la sala del Olimpo. Zeus le volvió a ser infiel a Hera, para poder favorecer a los hombres con un semidiós. Sólo a Zeus se le ocurre confundir su promiscuidad con su compasión a los mortales.
Hefesto no esbozo ni la más pequeña sonrisa. Afrodita pensaba que ninguna mujer podría vivir con un hombre tan malhumorado. Lo feo no importa, pero ese carácter lo hacía verse más horrible de lo que era.
Él pensaba - ¿Por qué una Diosa tan hermosa tenía una cabeza llena de humo? ¿Qué la inteligencia esta peleada con la belleza? Entonces, él debería ser el hombre más hermoso del mundo porque estaba obsesionado por una bobalicona, que sonríe por la menor tontería.
- ¡Qué calor! – Exclamó afrodita refiriéndose a la fragua del taller de Hefesto.
-Ya va a empezar con su quejas –pensaba él- ¿qué no tendrá otra cosa de que hablar?- Muchas veces había pensado hacer un pequeño candado para colocarlo en la boca de Afrodita, para ver si así podía dominar el impulso de su mujer de hablar, hablar y hablar. Pero al momento se arrepentía: ¿Cómo besar una boca con un candado puesto?
Afrodita, se quito la ropa. Le hacía gracia ver las miradas furtivas que Hefesto dirigía a su cuerpo desnudo. Ella nunca había entendido la timidez. Ese refrenar el impulso de mirar, tocar, acariciar, besar el cuerpo deseado. Sí, definitivamente, Hefesto era feo, pero con el sólo hecho de mirar esos brazos nervudos y fuertes, el torso sudoroso por el calor de la fragua, era suficiente. Cuando él la seducía era como si ella fuera un metal precioso que se convertiría en la más fina y preciada joya a golpe de martillo. El fuego de Hefesto la hacía dúctil.
-¡Maldición,- pensaba Hefesto- de nuevo su cuerpo! Yo no sé por qué Hera me la dio por mujer. Los hombres no deberían tener mujer, los hace ansiosos, anhelantes. Hubiera sido mejor que Zeus nos negara ese placer. ¡Qué va! Si hasta él mismo es castigado por la debilidad y melancolía que nos provoca no tenerlas cerca.
Y mientras Hefesto miraba a Afrodita desnuda no pudo evitar dejar de martillar. Era como si de pronto toda la furia que sentía se hubiera convertido en lava espesa que corría hacia ella.
Afrodita dejó de hablar, él sonrío, y se dejaron llevar por el furor de sus caderas.
Eros, ese pequeño Dios alado, furtivamente entro al taller, y mientras ellos dormían satisfechos tomó la cadena y salió sin ser visto.
Cuando despertó, Hefesto recordó su labor. Ahora estaba más decidido que nunca a terminar esa cadena. Pero ya no estaba. Rápidamente pensó que algún amante de Afrodita la robo. Despertó a su mujer con fuertes gritos que le reclamaban a desaparición. Afrodita al ver el enojo de él, indignada intento salir, pero él la tomó de las muñecas y prometió por todos los Dioses que no la dejaría salir hasta que encontrara la cadena.
Mientras tanto, Eros se entretenía pasando la cadena alrededor de la tierra. Era tan larga que parecía interminable. Llego un momento en que pensó que podría encadenar todo el universo con ella. Cuando de repente escucho gemidos, reclamos, llantos que parecían proceder de todos los confines de la tierra, era delirante. Llamaba a compasión hasta al ser más cruel. Eros decidió dejar lo que hacia y bajar al lugar donde habitan los mortales, y al ver lo que ocurría no pudo más que llorar bajo la mayor desesperación. Los hombres furiosos mataban a sus mujeres, las golpeaban. Algunas morían quemadas vivas, apedreadas o emparedadas. Otras trataban de escapar de la furia de sus maridos y se lanzaban por los precipicios. Era lo más horrible que alguien pudiera ver. Aquellos cuerpos que antes eran bellos y armónicos ahora yacían desmembrados, sin vida, y lo peor, sin la menor compasión.
Los hombres blasfemaban contra sus mujeres, las acusaban de sus deshonras, y de todos los males de la tierra. Eros no sabía ya que hacer. Tal vez los mortales fueron poseídos por alguna furia vengativa. ¿Pero, cuál? Eran buenas mujeres que mantenían encendido el fuego de su hogar y cuidando la vida de sus hijos.
Eros al ver que no podía hacer nada decidió buscar a Afrodita para que viera que hacer.
Voló este Dios al lugar donde había visto a Hefesto y Afrodita, pero encontró el taller de Hefesto cerrado con una enorme roca que cubría la entrada; pero aún así podía escuchar Eros los ruegos de Afrodita. Cerca de ahí corría un caudaloso río que con su corriente le ayuda a quitar la enorme roca y así fue.
Afrodita salió, estaba furiosa contra su marido. Le contó a Eros lo de la perdida de la cadena. Eros, lloroso, le dijo a la Diosa que él la había tomado, sólo para entretenerse y ver que tan larga era.
- ¿Y qué hiciste con ella? – Pregunto Afrodita.
- La convertí en un gran anillo que rodea la tierra. – Dijo Eros.
Afrodita apenas podía creer lo que este Dios imprudente había hecho.
-¡Él casi me mata por esa cadena!
Al escuchar Eros la palabra matar recordó la tragedia que sucedía entre los mortales y apresuradamente lo refirió a Afrodita.
Mientras tanto, Hefesto buscaba por todas partes a los Dioses, semidioses y mortales que habían tenido que ver algo con su mujer. Preguntaba, insultaba, golpeaba, pero nadie le sabía dar razón de la cadena.
Pensativo se sentó en lo alto de una montaña, y empezó a oler el aroma de la sangre. De inmediato pensó en una nueva guerra que cubría de odio la tierra, pero no, ese olor era de sangre, pero de sangre torturada, doliente, humillada e inocente. Fue tan grande su congoja que las lágrimas rodaron por sus mejillas sin poderlas contener. Bajó de la montaña y se acerco a los poblados de los mortales, y a sus ojos llegaron las imágenes de horror. Sólo pudo implorar a todos los Dioses por piedad para los humanos.
Acercándose a un hombre que mutilaba el cuerpo de su mujer, le preguntó por qué lo hacía. El hombre le contestó:
- Me fue infiel, me humillo, es tonta, pusilánime, quejosa y obcecada.- Le dijo.
- -¿Y por eso le das esa muerte tan cruel?- Espantado le reclama Hefesto.
El hombre lo mira fijamente y le dice que es lo que le dicta la furia de su corazón.
El Dios no pudo contrariarlo porque él hace poco también quería encadenar a Afrodita por la furia de sus celos y descontentos.
- Yo soy Hefesto, Dios Olímpico e hijo de Zeus. Les ordeno que se detengan, que calmen la furia de sus vísceras y acaten la armonía de la vida.
Nadie pareció escucharlo, todo era descontrol, gritos y golpes furiosos.
En eso llegaron Afrodita y Eros. Hefesto al ver a Afrodita trata de cubrirle los ojos para que no viera esa terrible matanza. Pero la Diosa ya lo había visto todo y lloraba desesperada al ver aquel horror provocado por la furia de los hombres hacia sus mujeres.
Hefesto desesperado pedía perdón a Afrodita por todo lo que había pensado hacer perseguido por la furia de sus entrañas. Aborrecía una vez y para siempre esa terrible cadena con que pretendía atraparla en la oscuridad de una caverna.
Eros, avergonzado, confesó a Hefesto el robo. Al momento el Dios herrero le preguntó dónde la había dejado.
- Buscando medir que tan larga era rodee a la tierra con ella.
Hefesto grito desesperado, él mismo era el culpable de la tragedia de los mortales al construir esa cadena de resentimientos, impiedad, odio, celos y vergüenza.
Corrió Hefesto a su taller. Afrodita y Eros lo seguían apresurados. Hefesto intento meter sus manos al fuego sagrado para castigarse destruyendo las manos que forjaron el crimen más brutal. Afrodita alcanzó a detenerlo y mirandolo con ternura, tomó las manos de Hefesto y las beso llena de compasión hacia el dolor de su marido. La Diosa tomó el martillo y le ordeno a Hefesto que destruyera la cadena maldita, causante de tantas desgracias.
Hefesto fue rompiendo todos los eslabones hasta que liberó a la tierra de esa maldición.
Los hombres volvieron a recobrar el equilibrio de su corazón, pero horrorizados miraban la matanza. Sus mujeres estaban golpeadas, muertas, mutiladas. Creyeron que su pueblo había sido atacado por sus enemigos que así se vengaban. Pero al darse cuenta de que ellos mismos lo habían hecho trataron de tomar sus espadas y cercenar su cuello para pagar su crimen.
Pero llegaron Afrodita y Eros y deteniendo sus espadas y dagas, la Diosa les dijo:
- Hijos de la tierra, entiendo su espanto y dolor. Ustedes han sido presas de una alucinación divina que los llevo a cometer estos horrendos crímenes. Reconozco que el error de los Dioses repercute en los hombres, y por esta razón la sangre se volverá carne, y sus lágrimas se volverán la sangre viva de sus mujeres.
En ese momento una lluvia suave empezó a caer y donde había muerte resurgió la vida, y donde había agonía volvió la salud. Las mujeres parecía que habían despertado de un sueño. Poco a poco regresaron a la vida. Los hombres ya no hallaban si reír o llorar; abrazaban y besaban a sus mujeres lanzando gritos de pean a la Diosa Afrodita. Todo volvió a la armonía. Sólo Hefesto estaba sentado en la cima de una montaña pensativo:
-¿Y qué voy a hacer con los celos que me atormentan? Soy el Dios más desdichado. ¿Soy poseedor de la belleza absoluta e inmortal, o es que la belleza infinita es un don divino que se tiene que compartir con todo ser viviente? Tal vez lo mejor es ser mortal. Es tan corta su vida, ya ellos saben que la belleza es efímera, sólo se tiene por instantes, lo demás es imperfecto y envejece.

TRES MUJERES

martes, 14 de abril de 2009

Lotte Lenya

Lotte Lenya (1898-1981), bailarina, actriz y cantante austriaca, famosa por la interpretación de las canciones de su primer marido, el compositor Kurt Weill. Lenya nació con el nombre de Karoline Charlotte Blamauer en Viena el 18 de octubre de 1898. Se convirtió en bailarina y cantante de opereta en Zurich en 1914 y empezó a actuar en Berlín en 1920. Tras casarse con Weill en 1925 interpretó papeles de protagonista en Mahagonny (1927), su primera colaboración con Bertolt Brecht, y en las representaciones de Berlín de la versión ampliada de Ascensión y caída de la ciudad de Mahagonny (1930), así como en las versiones teatral y cinematográfica de otra colaboración Brecht/Weill, La ópera de cuatro cuartos (1928).

En 1933 Lenya y Weill fueron a París, donde ella actuó en su ballet cantado Los siete pecados capitales y en 1935 viajó a los Estados Unidos. Entre 1937 y 1949 actuó en tres musicales de Weill en Broadway. Tras la muerte de su marido en 1950, ella actuó en La ópera de cuatro cuartos en Nueva York desde 1954 a 1961 y realizó grabaciones definitivas de muchas de las canciones de Weill. Su actuación en la obra de Joe Masteroff Cabaret (1966) le dio el premio Tony y también recibió un Oscar a la mejor actriz secundaria por La primavera romana de la señora Stone (1961, José Quintero), una de las muchas películas en las que participó entre 1961 y 1977. La Fundación Kurt Weill, creada por ella, ha continuado los esfuerzos para proteger las obras de su marido.

Lotte Lenya Documentary 3/3

Lotte Lenya Documentary 2/3

Lotte Lenya Documentary 1/3

Lotte Lenya, Life and songs

The Rhythm of Life - Sweet Charity

De mis musicales favoritos Sweet Charity de Bob Fosse

viernes, 10 de abril de 2009

ES MI HOMBRE

Y SE ENCONTRARON LAS DIRECTORAS AL GRITO DE TEATRO

Con gran éxito se realizó el primer Encuentro de Directoras Mujeres al Grito de Teatro, donde se encontraron mujeres de gran decisión y fuerza, comprometidas con el quehacer teatral en muchos de sus aspectos, no nada más en la dirección de escena.

La maestra Hilda Valencia, fue una excelente organizadora y moderadora de la mesa de intercambio de ideas, porque más que discutir o criticar, lo que hicieron las directoras fue compartir sus experiencias y reflexiones respecto a los ejercicios de dirección que realizaron en los tres días que duro el encuentro.

Cada una de ellas, gracias a los alumnos de la Licenciatura en Artes, opción teatro, de la Universidad de Sonora, que participaron como actores, realizaron una serie de ejercicios en la búsqueda de llegar a escenificar una escena de una obra completa. Tres fueron los textos que se trabajaron: Antígona en Nueva York, de Janusz Glowacki; ¿Y a ti que te da miedo?, de Gracia Morales; y Alicia detrás de la pantallas, de Luis Mario Moncada.

Fue muy enriquecedor ver, como de una misma escena de la obra ¿A ti que te da miedo?, obra originalmente escrita para niños; cada una de las directoras, tomó al grupo, alrededor de dieciocho actores, y le dio un tratamiento diferente, llevándonos a mundos que no pertenecen al teatro para niños, pero que tomaron otro giro, tratando de que el texto perteneciera a sus miradas muy particulares, desde una ruptura de pareja, hasta el hecho desgarrador de una violación; y es ahí donde el acto escénico demuestra toda su vitalidad; ya que ese mismo texto se transformo, al compartirnos ellas sus muy particulares mundos, su “algo que decir” desde un punto de vista femenino. Lo mismo pasó con Antígona en Nueva York, pero esta vez cada directora trabajo con dos o tres actores, logrando escenas más íntimas, donde algunas de ellas buscaron propuestas de espacio alternativo, tomando la dirección de los actores como el eje principal de la propuesta, logrando conectar al público con la emociones de éstos.

Sería muy interesante que propuestas de encuentros como estos se repitieran. Desde aquí una felicitación a la maestra Hilda Valencia y a la Licenciatura en artes, opción teatro, de la Universidad de Sonora, por organizar este primer Encuentro de Directoras Mujeres al Grito de Teatro, en el marco del Noveno Festival de Teatro Universitario, ya que logró crear un lugar de reflexión de cómo están trabajando las mujeres en el teatro. Aunque la mayoría eran teatristas de Sonora, también se tuvo el gusto de contar con María Muro, reconocido mujer de teatro a nivel nacional, y digo mujer de teatro, ya que así resumo su labor como dramaturga, directora, actriz y apasionada de la escena. Participaron también Cruz Robles, Masiel Martínez, Eva Lugo, Beatriz Noriega, Eva Calderón , Azucena Masón, Domi Flores, Hilda Valencia, y quién esto escribe, Magda González.

Renglón aparte quiero dedicarle a los alumnos de la Licenciatura en artes escénicas que participaron en este encuentro, mi agradecimiento por tomar con tanto respeto y entrega cada una de las propuestas de las directoras. Creo que el relevo generacional del teatro Sonorense viene, pero fuerte. ¡Larga vida al teatro!