sábado, 2 de mayo de 2009

LA NOCHE DE MATILDA ESQUER. Capítulo 1 (Novela en construcción)

El mar embravecido se llevó la muñeca inflable. Él miró como, poco a poco, se alejaba el monigote entre las olas. Ni siquiera se daba cuenta que la tormenta arreciaba. Sofía le gritaba desde el pick up que se subiera, que dejara a la muñeca en paz, que ya compraría otra.
Manuel no podía apartar la mirada, pero tampoco resistía los gritos histéricos de su mujer. No lo pensó más, dio la media vuelta y echo a correr rumbo al pick up.
- Te dije desde temprano que iba a llover, pero como siempre, no me haces caso.
Él prendió la cassetera, tenía puesto los éxitos de Ramón Ayala. Odiaba a esos cantantes, pero a su compadre Antonio le gustaban mucho. No sabía porque chingados se le ocurrió ir a Bahía Kino. Por qué no le hizo caso al noticiero.
Trato de echar a andar el carro, pero nada. Cómo era posible que prendiera la cassetera, pero el carro no. De pronto recordó que el marcador de gasolina se había descompuesto.
- ¿Sofía, le echaste gasolina?
Ella no le respondió. Tenía la boca llena de sándwich de carne endiablada. Siempre le valía madre hablar con la boca llena, pero ahora que debía hablar se hacía la educada. No preguntó por segunda vez. Le subió el volumen a la cassetera. Abrió una coca cola de dos litros y empezó a tomarla. Sofía se soltó riendo viendo a Manuel tomarse la soda.
- ¡Ya no estés jodiendo! ¡Trágate la bolsa de sándwiches, pero no estés chingando!
Ella lo miró molesta. Y pensó que era la última vez que salía sola con Manuel. Era un pendejo que ni siquiera sabia esconder bien la cerveza de los policías en los retenes. Ni siquiera tenían hijos para tomarlos de pretexto para seguir juntos. A ella le hubiera gustado tener niños, pero tampoco le hizo mucho la lucha, nunca fue con el ginecólogo. Le molestaba que la tentonearan. Cuando a veces se hacia el papanicolao, era muy molesto ese artefacto frío que le tocaba su vagina. Y con el paso de los años encontró muy cómodo su matrimonio sin hijos. Alguna vez pensó en adoptar, sobre todo cuando su suegra empezaba a molestarla.
Manuel, repentinamente, soltó un escandaloso eructo, y la sacó de sus pensamientos.
- Abre un poco la ventana, no quiero estar oliendo la peste de tu hocico.
Él la miró indiferente, y siguió tomando su refresco. Once años con él y no habían pasado de casa de infonavit y carro chueco. Ni siquiera de indocumentado se había querido ir el desgraciado. Le hacen falta huevos, pensaba ella, mientras trataba de dormirse en el resorteado asiento del pick up destartalado.
Manuel miraba las piernas de Sofía. Siempre pensó que su mujer le gustaba mucho. Ahora que veía esas piernas llenas de varices no pensaba igual. Él no entendió nunca para que se casa la gente, y más que todo, para qué se caso él. Casi lo hizo por imitación, todos sus amigos del barrio se empezaron a casar o rejuntar, y él era de los pocos desbalagados. Si, no cabe duda, se caso porque todos se casan, esa era la conclusión a la que llegó. No se caso por calentura, ya que casi desde que conoció a Sofía empezaron a coger; menos porque estaba enamorado. Manuel siempre ha pensado que eso del amor es cosa de telenovelas y canciones cursis. Y tampoco fue por eso de formar una familia con hijos, pues él nunca ha ganado lo suficiente, por eso le daba las gracias al cielo de que Sofía no encargara chamacos. Si, definitivamente, se caso porque tenía que casarse.
La lluvia empezó a calmarse. El casset ya se había acabado. Sofía roncaba a un lado de él. Manuel se bajo del carro y buscó el galón donde llevaba siempre gasolina extra. No lo encontró.
- ¡Sofía, Sofía! ¿Dónde esta el galón de la gasolina? Le preguntaba a su mujer mientras intentaba despertarla.
Sofía medio abrió los ojos, y volteándose hacia el otro lado, le recordó que la última vez se lo había prestado al Juanillo.
Era verdad, hace como un mes. Ya se le había olvidado. Estaba harto que siempre se andaba creyendo de los demás. Vació la botella de coca cola, se bajo del pick-up y echó a andar en busca de la gasolinera. La tormenta había cesado, y él sólo pensaba en la muñeca inflable que flotaba en alta mar.

VI

Mordaz centella,
descarga oscura
de fuerza inútil
sobre este cuerpo
de entero espejo.