miércoles, 29 de abril de 2009

LA NOCHE DE MATILDA ESQUER (Novela en construcción de Magda González)

CAPÍTULO II
Matilda miraba el mar. La tormenta ya había pasado. Sobre la arena de la playa vio como la basura iba acumulándose. Las olas habían arrojado bolsas, latas, envolturas, ramas. Ella se sentó sobre una silla del puesto de mariscos donde trabajaba. Ese día no se vendió nada. Matilda había crecido en Kino viejo, esa parte del poblado, que dicen, nada tiene que ver con la zona turística. ¿Y qué es eso? Rara vez un extranjero se acercaba a su puesto, dizque su puesto, porque en realidad era de una señora que vivía en Tucson, Arizona, Doña Dulce, casi nunca venía. Su sobrina Tere pasaba a sacar cuentas con Matilda. Doña Dulce tenía una casa muy grande y bonita en Kino nuevo. Siempre la tenía rentada a gringos. No más una vez se la rento a mexicanos, pero fue puro arrepentirse. Al poco tiempo los tuvo que sacar porque la judicial les cayó alegando que ahí estaba el gordo Fernández, “Capo del cartel del Valle”. Cómo se rieron. Si todos en Kino Viejo sabían que el gordo Fernández no era más que un burrero que funcionaba en las carreras parejeras de la calle doce.
En las noticias dijeron que iba a llover por varios días, que era una colita de huracán. Eso quería decir que ella no tendría dinero para los aboneros. Y el Chino, su hermano, que no se reportaba. Ya tenía dos meses al otro lado, y según él no ha podido agarrar trabajo, que porque no sabía hablar ingles, si en Tucson nadie habla ingles, se burlaba Matilda de él cuando leía sus cartas.
Matilda, no le gustaba quedar mal con sus deudas, pero ahora si que no se va a poder. Y ya no le quería pedir prestado a su tía Remedios porque siempre que lo hacía, le salía con que se buscara un marido, aunque sea un gringo jubilado, de esos que viven en Kino Nuevo. Ella no más sonreía. Ya se imaginaba agarrando pellejos, y con su diccionario de ingles a ver si le entendía al vejete. No, ella no era para eso. Mejor se iba a vivir a Hermosillo. Cuando vivía su mamá siempre pensaban irse juntas para la ciudad, pero su má nunca se decidió a vender la casita de Kino Viejo. Era miedosa su má. Eso le hacía pensar que tenía a quien sacar. Ya estaba harta del olor a pescado frito y mariscos. Y también de los hediondos piscadores que venían a trabajar a la uva en el poblado Miguel Alemán. En el poblado se hacían los buenos bailes, con banda y todo. A veces venían muchachos de la ciudad, de esos que traen sus pick ups del año con su buen estereo.
En eso estaba, cuando allá, lejos, en el mar, le pareció ver flotar algo, parecía una persona. Matilda se levantó y aguzó la vista a ver si podía ver mejor, pero no, ya no veía nada. A la mejor era una figuración de ella. ¿Y si era un cristiano? ¡Qué Dios lo tenga en su gloria! Ella no quería meterse en más broncas de las que ya tenía. No le fuera a pasar como a los Andrade, que por andar queriendo ayudar, los judiciales hasta los andaban implicando en un ajuste de cuentas de narcos. ¿Y si se lo tragó el mar con la tormenta? Pues quién le manda por andar saliendo con la tormenta encima.
Mejor se dejó de tonterías, que para películas ya hay muchas en el cine. Matilda se soltó riendo. Películas, ella de chica soñaba con salir de cantante en la tele. Una vez, de chamaca, cantó en la escuela y su maestra le dio una bolsa con dulces. Ella se sentía feliz hasta que, Miguela, una chamaca de la escuela, le dijo que mientras no saliera en la tele no era artista. Le dio tanto coraje que le dio sus buenos jalones de greñas a la tal Miguela, se armo el pleito, todos los de más chamacos las rodeaban y les gritaban cosas para que les diera más coraje a las dos. La tal Miguela se soltó llorando, y Matilda le gritaba:
- ¡Dime que soy artista! ¡Dime que soy artista!
Miguela agarró un puño de tierra y se lo arrojó a la cara de Matilda, y rápido se levantó y se fue corriendo, mientras le gritaba:
- ¡No eres artista! ¡Eres una chamaca piojosa y greñuda igual que tu mamá!
Matilda corrió tras ella, pero no la alcanzó porque se metió a su casa. Fue tanto su coraje que se le llenaron los ojos de lágrimas y empezó a llorar. Toda la chamacaza le decía:
- ¡Esta llorando, esta llorando! ¡Lero, lero, le ganaron!
- No estoy llorando, es que me cayó tierra en los ojos.
Les contestó Matilda, y se fue a su casa.
Ahora ella tenía veinticuatro años, ya estaba vieja para andar pensando en eso. Según la tía Remedios estaba vieja hasta para casarse. Ella no se consideraba fea, tal vez llenita, morena por el sol, y nada más. Eso del matrimonio es de suerte, no sabía si de buena o mala suerte, pero suerte al fin.
Casi todas sus amigas se habían ido de Kino Viejo. Unas para la ciudad, otras para la sierra, y según la tía Remedios, las más buzas para el otro lado.
Ella ni pasaporte tenía, y para pasarse de mojada era muy miedosa, ¡qué le va a importar el otro lado! Mejor se puso a limpiar la playa que esta frente al puesto de mariscos.
Matilda fue por una bolsa de plástico y empezó a recoger los desperdicios. En eso estaba cuando vio venir a un hombre, no muy alto, moreno, a lo mejor tenía unos cuarenta años, por el short y las chanclas de hule que traía. ¡Ah, qué hombre, salir a pasear a la playa! ¡Qué ocurrencia!
Traía una botella de plástico, parecía de refresco de dos litros. A lo mejor le podía vender una. Al menos eso para no irse en blanco ese día. Pero no, el hombre pasó de largo, ni siquiera volteó a verla. Ella siguió recogiendo la basura. De pronto escuchó que alguien la llamaba. Venía una señora corriendo por la playa. Qué raro, otra paseante con este tiempo. Era Sofía que seguía a Manuel.
- Oye muchacha, ¿viste pasar a un hombre con un short de pato Lucas y chanclas de hule verdes?
- Sí, se fue por allá.
- ¿Hace mucho?
- No, apenas paso.
- No has vendido nada, ¿verdad?
- No, con la lluvia quien va a andar por aquí.
- Pues si, apenas una que esta medio loquita ¿vendes cigarros?
- Sí.
- Dame unos blancos.
Matilda le dio los cigarros y le cobró. Sofía se alejo por donde le había dicho Matilda que se fue Manuel.
Matilda siguió recogiendo la basura. Volvió a mirar hacia el mar. ¡Qué harta la tenía el mar! De nuevo le pareció ver a alguien flotando entre las olas. Ahora pudo ver mejor. Tuvo el impulso de meterse para ayudar, pero se detuvo y pensó: No, para qué me meto en líos. Ha de estar muerto, o muerta. Ya lo encontraran después. Los muertos no necesitan ayuda, en cambio los vivos…
Siguió recogiendo la basura y de repente encontró una credencial de elector, era de la señora que había pasado. Sofía Martínez, leyó. Se la guardó en la bolsa del pantalón por si volvía por ella la señora. Qué extraño, que esos turistas anduvieran por aquí. ¡Bueno, la gente de la ciudad es tan rara!

IX

Roca constante,
piedra callada,
humilde canto,
catedral pétrea es tu persona
donde me oculto y suelto el llanto.

Magda González