lunes, 4 de mayo de 2009

XII

Silencio blanco,
mimética ausencia
de un laico loar,
planeo de albatros;
vuelo e ideal.

XV

…y la cuerda
de tres hilos
no es fácil de romper;
guarda esa navaja,
vete de una vez.

V

Sombra volátil
de gesto inquieto,
cimbrar de orquídeas,
rumor insomne
de mi deseo.

XIV

Suspendidos sobre un cable,
ocho pájaros gitanos
de lustrosas alas obscuras,
esperan levantar vuelo
al palmeo de su Dios.

Y te miro por una grieta del muro de granito...

Y te miro por una grieta del muro de granito. Te alejas, te acercas. A veces no te alcanzo a ver, aunque sé que ahí estas. Mira, ahora la grieta es más grande, tú también me puedes ver... si quisieras.

El Minotauro, aterido, miraba lleno de pánico el gran laberinto. No lo podía creer, por fin estaba fuera, era libre. Podía tomar el camino que quisiera. Lo intenta. Primero hacia el norte, luego al sur, al este, al oeste, pero apenas se daba cuenta que ya no veía los muros de su antigua prisión tomaba el camino de regreso.
Todos los días caminaba alrededor de la gran construcción una y otra vez, hasta que llegaba la noche y exhausto caía y se quedaba mirando el movimiento de las constelaciones. Las envidiaba porque ellas recorrían el laberinto del nocturno cielo girando y girando. Así se quedaba quieto hasta que desesperado gritaba pidiendo compasión a los Dioses.
Quería regresar al interior del laberinto. Afuera se sentía perdido, confuso, temeroso. Maldita la hora en que pensó que por fin había vencido al destino al encontrar la salida. Maldito destino vicioso, mentiroso, blasfemo; prometes el gozo para luego vomitarnos en la cara los excrementos de tus tripas.
Al amanecer el Minotauro se azotaba contra los muros. Quería abrir una entrada, pero no podía. Sólo lograba que su cuerpo terminara adolorido y cansado. Así transcurrió el tiempo y el Minotauro languidecía.
Hasta que una mañana Pegaso, el caballo con alas, paso sobre el cielo del Minotauro y al ver la triste imagen del antes grandioso y terrible monstruo tuvo compasión de él y bajo.
El Minotauro al ver al caballo con alas le pidió que tuviera piedad de él, que lo ayudara a entrar de nuevo al laberinto o lo matara a golpes de coz.
Pegaso le dijo que eso de regresar a la prisión del laberinto era una locura, que él le enseñaría las delicias del mundo. Si, esas que el minotauro jamás había visto por estar encerrado en su prisión. Conocería por fin los gozos de la libertad. Que montara sobre él y le haría conocer las maravillas de la tierra, los bosques, el mar, las suntuosas ciudades, las exóticas selvas, el meditabundo desierto y lo dejaría en el lugar que el Minotauro eligiera.
Así fue como el Minotauro decidió alejarse del laberinto y junto a Pegaso recorrer todo el mundo posible. Pero el Minotauro no decidía donde quedarse. Hasta que llegaron al reino arcaico de los cantábricos y allí los pobladores eligieron al Minotauro como su Dios y señor, le rindieron honores, le dieron un palacio y riquezas.
Esto hizo que el Minotauro recordara su glorioso pasado cuando era respetado y temido por los jóvenes atenienses y pensó que quizá el reino de los cantábricos era su lugar.
El Minotauro se despidió de Pegaso. Los años transcurrieron pero el Minotauro era infeliz, todas las noches mientras dormía, el Minotauro soñaba con su laberinto, frío, húmedo e inmensamente deseado.
Y así una mañana el Minotauro decidió regresar. Sin avisarle a nadie tomo el camino que su intuición le señalaba.
Cruzo mares, bosques, selvas, suntuosas ciudades, el meditabundo desierto y al pasar los años por fin diviso los muros del laberinto.
Su felicidad fue grandiosa, de seguro ahora que era más viejo y más sabio podría encontrar la entrada al laberinto, pero no, de nuevo estaba fuera mirando esos muros de granito que le impedían el paso.
Entonces decidió no luchar, dejaría que la muerte le cubriera los ojos, ya lo había intentado todo y seguía fuera. Hasta que una tarde Pegaso regreso y encontró al Minotauro moribundo mirando fijamente el muro frente a él.
Pegaso al ver el sufrimiento del Minotauro le pidió a éste que subiera de nuevo a su lomo.
El Minotauro se negó, quería morir dignamente junto al laberinto.
En eso estaban cuando el joven Teseo se acerco a ver tan triste espectáculo.
Al ver el ateniense quién era el que moría junto a los muros del laberinto no pudo reprimir un grito de furia y dolor.
Su enemigo, el Minotauro, el monstruo que le daría gloria inmortal al matarlo dentro del laberinto moría ahí, como cualquier animal del campo.
Como pudo Teseo subió al Minotauro sobre Pegaso y le dio la orden al caballo con alas para que lo dejara dentro del laberinto.
Pegaso obedeció, aunque sabía que dejar al Minotauro dentro del laberinto era exponerlo a la muerte en manos de Teseo. El Minotauro mirándolo suplicante le dijo:

- Por siempre gloriosos los Dioses, que el destino se cumpla, que para eso hemos nacido. Y tú, Pegaso, obedece, no hagas más daño del que ya hiciste.
Pegaso comprendió e inmediatamente remonto a las alturas. El Minotauro todavía alcanzó a ver el esplendor del grandioso dibujo que señalaban los intrincados pasillos de su laberinto, era tan hermoso y magnifico que no lo podía creer y murió mirando la maravilla. Pegaso al sentir la muerte del Minotauro bajo de inmediato al laberinto y dejó ahí el cuerpo inerte, para que lo encontrara Teseo, y la leyenda de la lucha del joven guerrero y el Minotauro pasara como un hecho a la eternidad. Ese era el mejor homenaje que podía hacer Pegaso a su triste y melancólico amigo. Sí, que los mortales lo recordaran terrible y feroz luchando en su laberinto.
Pegaso remonto el vuelo y no pudo evitar mirar de nuevo el laberinto y pensó:

- Ese laberinto es lo más horrible que he visto. Frío, húmedo, mal oliente, oscuro, pero en algo tenía razón el Minotauro: Cada quién tiene su propio laberinto, y no hay peor castigo de los Dioses que alejarte de él.