martes, 12 de mayo de 2009

Ya No Sé Que Hacer Conmigo - Cuarteto de Nos

LA NOCHE DE MATILDA ESQUER (Novela en construcción)

CAPÍTULO IV
Matilda entró al bar. Tenía dos días de haber llegado a la ciudad. Se había quedado en casa de una amiga, pro ella sabía que sólo podía quedarse unos días más porque, al parecer, su presencia en la casa no le gustaba mucho a la suegra de su amiga. Pero, total, ya era bastante la ayuda que le había brindado.
Venía toda sudorosa, porque afuera esta haciendo un calor endemoniado. Sólo a ella se le pudo haber ocurrido venirse a la ciudad en agosto, pero era ahora o nunca. ¿Qué iba a hacer ella en la casa de Kino Viejo? No, Matilda quería hacer un verdadero cambio, agarró los pocos pesos que le quedaban, y le dijo a la tía Remedios que rentara la casa. Le aviso a Teresa que dejaba el puesto, pero que mientras lo iba a atender la tía Remedios, no más para que no se molestara Doña Dulce, ya que a ella no le gustaba dejar tirados sus compromisos, pero era urgente irse para la ciudad.
Cuando Matilda guardaba sus cosas en una maleta y una caja de cartón, se preguntaba ¿Por qué se iba? En realidad, nadie la esperaba en la ciudad, ni tampoco tenía trabajo allá. Pero algo muy dentro la impulsaba a irse, así como cuando las olas arrojan lo que no quieren fuera del mar. A la mejor Kino Viejo no la quería ahí, de otra forma ella estaría conforme. Ella tiene un trabajo, que mal que bien la mantiene, tiene casa propia, a su tía Remedios… pero lo que no tiene es a ella. La tía Remedios dice que cuando uno encuentra a su hombre, uno se queda donde se queda ese hombre, y si él se quiere ir, una lo sigue, por eso ella se hizo vieja ahí en Kino Viejo, junto al tío Pedro. El tío hace años que murió, pero la tía Remedios no se quiere ir de Kino Viejo; eso que tiene cuñadas en Alamos que viven de empacar conservas de frutas, la invitan a irse, pero ella no quiere.
Tal vez la tía Remedios ya se encontró aquí, en Kino Viejo. Matilda, no. Ella sabía que para encontrarse, primero tenía que irse, a qué, no lo sabía, pero no era un hombre, era algo más. Ella ya había tenido un hombre y se fue, y la verdad no le dieron ganas de seguirlo. Cuando lo vio irse en el camión no sintió nada, sólo como si su cuerpo se aligerara. Le deseo suerte. Cada quien debe vivir su vida con alegría, y Matilda sabía, que con ese hombre que se fue, no. El también se andaba buscando, por eso se vino a la pizca hasta acá, hasta el campo, desde Michoacán, y no encontró nada. No sé que se vino a buscar, si en su pueblo había muchas mariposas monarcas. Ya no volvió a saber nada de él, aunque le prometió que le iba a escribir cuando cruzara la frontera, pero ya nunca le escribió. No, no coincidieron.
Al cerrar la puerta de su casa, sintió una gran alegría, pero al mismo tiempo sintió vergüenza. Se supone que debería estar triste, y ella no, estaba muy contenta, sabía que hacía lo correcto. Todo se lo decía.
Fue a despedirse de la tía Remedios. Cuando abrió su bolso para entregarle las llaves de la casa, encontró la credencial de elector de la señora que le compró cigarros, de Sofía, se la entregó a su tía, no vaya a ser que regrese otra vez Kino, y fuera al puesto a buscarla.
- Sí, es de la señora que fue a comprarme cigarros, después de la tormenta del sábado- Le explicó a su tía Remedios.
- ¿Qué raro que anduviera alguien después de la tormenta?
- Se veía muy nerviosa. Iba buscando a un señor que también acababa de pasar muy apurado.
- ¡Jesús bendito! –exclamó la tía preocupada- No vayan a tener algo que ver con el muertito.
- Si ni lo han encontrado, tía.
- Pero todo el poblado vio ese cuerpo flotando.
- Ya lo anda buscando la policía en lanchas, y nada.
De repente escucharon la voz de Doña Juana, que venía apresurada a buscar a la tía Remedios.
- ¡Cristo Jesús! ¡Dicen que ya lo encontraron!
- ¡A el muerto! - Le dijo asustada la tía Remedios.
- Todavía no se sabe, porque apenas viene la lancha. – Y mirando las maletas de Matilda.- Y tú, ¿A dónde vas?
- Voy para la ciudad a ver que hallo.
- Puro calor, mi reina, puro calor. -Le dijo Doña Juana
Muchas veces, Matilda, había hecho el viaje de Bahía Kino a Hermosillo. Que si algún negocio, que si a llevar a su má al doctor. Pero ahora era diferente. El recorrido que hizo por la carretera era diferente. Más lento. A lo mejor estando en Hermosillo, pronto querría irse a otra ciudad.
- Señorita, ¿se le ofrece algo? –Era la mesera del bar.
- Sí, vengo por lo del anunció del periódico.
- Espéreme tantito.
La mesera se fue rumbo a la barra. La muchacha traía un delantal que decía, “Bar: El Aguijón”. Se acercó a un señor, le dijo algo y luego regreso.
- Dice, Don Efraín, que ahorita viene, que lo espere tantito, ¿cómo te llamas?
- Matilda Esquer.
La mesera queriéndole dar confianza la invitó a sentarse para que esperara.
- Aquí pagan poco, pero los clientes luego nos dejan buenas propinas.
El lugar no era muy grande, tal vez unos doce metros. Le llamó la atención que en las paredes había fotos de estrellas de cine. Qué chistoso, de la María Félix, hasta de la Talía. Alguien se acerco a la rocola y la echo a andar. “Tristes lloran mis cansados parpados, al mirar que se apago la lámpara”, decía la canción. Matilda se la sabía, era la que había cantado en la escuela cuando ganó la bolsa de dulces.
Se le habían hinchado los pies, tal vez por el calor. En Kino también hacia calor, pero en la ciudad se sentía más duro, tal vez por tanto cemento. Frente a ella estaba un hombre flaco y ya viejón.
- Dígame ¿qué se le ofrece?
- Vengo por lo del trabajo.
- ¿Tiene experiencia?
- Nunca he trabajado en un bar, pero en Kino le trabajaba a una señora en un puesto de mariscos.
- ¿Así qué no eres de Hermosillo?
Matilda se dio cuenta que como que eso no le había gustado al hombre, y quiso se un poco más simpática, necesitaba el trabajo.
- Pues sí, y no. Muchas veces había venido a Hermosillo, pero nunca me había quedado, pero ahora sí. Su lugar es muy bonito, tiene fotos de muchos artistas.
- ¿Te gustan los artistas? –Preguntó irónico.
- Sí, mucho. De chamaca yo quise ser cantante.
- Pues sí, yo de chamaco quise ser bombero.
Rieron. Efraín se dio cuenta que Matilda era muy inocentona.
- A qué chamaca, aquí vas a conocer a muchas artistas. Todos los viernes y sábados tenemos shows.
- ¿Eso quiere decir qué me da el trabajo?
- Mira chamaca, yo pago setenta y cinco pesos. No me pongas esa cara, ya sé que es poco. Pero si sabes tratar bien a los clientes te va bien.
- ¿Cómo es eso de tratar bien a los clientes? –Preguntó desconfiada.
- No te me aceleres, aquí no contratamos putas. Este es un lugar familiar. Te quiero decir que des un servicio rápido y limpio.
En ese momento entraron el conjunto de música norteña, los taca taca, y uno de ellos se acerco a Don Efraín.
- ¡Qué paso, señor!, ¿Nos va a dar chanza de tocar?
- No más no molesten mucho a los clientes – Y dirigiéndose a uno de ellos.- Y tú, Javi, no andes ofreciendo pendejadas.
- ¿Y usted, de dónde sacó eso? –Le contestó el músico, nervioso.
- El otro día un cliente me preguntó por ti, si le habías traído el encargo-
- Era carne machaca.- Le dijo, evasivo.
- Carne machaca, tu chingada madre.
Los músicos rieron y uno de ellos, el más joven dijo:
- ¡Qué va a pensar la señorita, Don Efraín!
Don Efraín ya molesto les dijo:
- ¡Órale, pues, a lo que vinieron!
Los músicos se alejaron, y empezaron a ir entre las mesas.
- ¿Cómo me dijiste que te llamabas, chamaca?
- Matilda, Matilda Esquer.
En ese momento los taca taca, empezaron a tocar, con gran barullo, el tololoche chicoteado. Don Efraín levantó la voz.
- Mira, Matilda, vas a estar a prueba, ¿Te interesa, o no?
Matilda casi gritando le dice:
- Pues sí, a ver que pasa.