sábado, 9 de mayo de 2009

LA NOCHE DE MATILDA ESQUER (Novela en construcción)

CAPÍTULO III
“Y recuerden amables radio escuchas, si mañana no tiene necesidad de salir, no salga, se pronostica la llegada del huracán Ulises a las costas de Bahía Kino. Con este recordatorio me despido de nuestra primera emisión de noticias. Soy Cecilia Maldonado. Hasta la próxima y mucha suerte.”
Cecilia se quito los audífonos, se le quedo mirando al chico de la consola de transmisión. Éste le dijo que ya estaban fuera. Cecilia le dio las gracias. Al menos ya había terminado la primera jornada. Esa mañana ni siquiera le había alcanzado el tiempo para tomarse su licuado dietético. De ahí salir casi corriendo para el salón de belleza. Tenía que estar muy presentable para las cámaras del noticiero televisivo del mediodía. Estaba recogiendo sus cosas cuando entro Manuel.
- Manuelito, te encargo que antes de que yo entre a la cabina, le eches desodorante. Ramón siempre la deja llena de olor a cigarro.
- No se preocupe, licenciada. Ya se lo he dicho, pero no hace caso.
- Pues repórtelo.
Manuel no le contestó. No quiere problemas con Ramón Loaiza, capaz y le inventa algo y lo corren a él.
- Si usted no lo reporta, lo reporto yo. Tiene que respetar las reglas de la empresa.
Le contesta Manuel, sin mirarla.
- Le prometo que ya no se me olvida lo del desodorante.
- No me tenga miedo, Manuel. En el noticiero parece que como lumbre, pero eso le gusta a la gente. Oírme decir lo que a ellos les gustaría decirles a esos políticos corruptos, y esos delincuentes que no tienen ni un poco de conciencia social…
Mientras ella dice todo su discurso, de periodista comprometida con la sociedad, Manuel sólo la mira atento. Para él, Cecilia, era la locutora de noticias más fregona de todas, además de guapa, tenía unos ojos verdes, que aunque no quisiera Manuel, siempre le llamaba la atención. Aunque sentía él que en esa mirada había algo que no checaba, algo así, como tristeza de mujer mal cogida. A lo mejor porque ya no era una jovencita, sino una cuarentona muy bien conservada.
- Manuelito, ¿qué no me esta escuchando? Cómo quién dice, se fue, se fue, como pelota de beis ball.
- Disculpe, licenciada, es que a veces me atonto; yo creo que porque no duermo bien.
- Ha de ser el stress. Debería irse de vacaciones un rato.
- No, si es cuando me pagan mejor, cuando me quedo en mis vacaciones. A lo mejor este fin de semana.
- Al menos que quiera que lo coja el huracán, pues vaya. ¿Ya me sacaste el carro del estacionamiento?
- Sí, esta frente a la puerta principal, licenciada.
- Gracias, Manuelito, en la quincena le doy sus propinas. Mire, ya se me hizo tarde por estar platicando. Hasta el lunes, Manuelito.
Ella salió apresurada, él no pudo evitar quedársele viendo las nalgas, eran tan bien formadas, y se le notaban tanto en el pantalón de mezclilla que traía, que se le antojaba meterle mano. Claro, no más se le antojaba y ya.
En eso entró Samuel García, el locutor del programa que seguía de transmitir. Se notaba molesto.
- ¡Mondriga vieja, ya me dejó la cabina llena de ese perfume con el que me duele la cabeza!
- ¿Quiere que le traiga su café?
- ¡Por supuesto!
Mientras, Manuel iba caminando por el pasillo de la estación de radio para traerle el café a Samuel, se quedo pensando: ¡Qué chingón era este señor, que a los cincuenta años se volvió locutor, y todo porque se sabe cotorrear a la gente! Él ni sentido del humor tiene. Creo que, Samuel García, ni la secundaria termino. En cambio él sí. Tanta gente que ha podido progresar, así, sin tanto estudio, en cambio él no ha pasado de ser asistente de limpieza de la radio. Eso sí, ya tenía diez años trabajando ahí, y nunca había llegado tarde, y eso que entraba a las seis de la mañana. Siempre tenía muy limpias las oficinas, y nunca se había perdido nada en su horario. Todos le decían Manuelito. Sí, Manuelito a los cuarenta y dos años; ya era para que le dijeran Don Manuel, como al que cuida los carros, a él ya le dicen Don, y apenas tiene un año trabajando en la radio. Claro, esta más canuzco y gordo que él, por eso se impone.
Ya no quería ser “Manuelito”, estaba harto, así como estaba harto de la vida. Siempre ha fracasado en todo lo que se propone. Primero quiso poner una tiendita en su casa, con el dinero que le dio su papá cuando se caso, y la primera semana le entraron a robar, y ya no tuvo dinero para volver a surtir. Luego quiso meterse a trabajar a la planta Ford, de obrero, y tampoco pudo porque tenía un poco desviada una vértebra de la columna, y no iba a poder con el trabajo; y para cuando se le ocurre casarse, pues tenía que tener algo de trabajo, y entró al restauran San Marqués, pero hubo adentro una balacera de narcos, dizque que por ajuste de cuentas, cerraron el restauran, pero suerte tuvo que no lo mataron. Luego duro como medio año sin trabajo, hasta que encontró éste de la radio. Por eso no quiere tener problemas, esta muy duro conseguir chamba. Pero ya estaba cansado de ser un “Manuelito”, quería ser un Don, pero un Don de verdad, no un Don nadie. Algo tenía que hacer con su vida, y con la cabrona de Sofía, que ya lo estaba volviendo loco. Estaba hasta la madre de esa mujer. Si pudiera la mataría, y se casaría con una mujer de verdad, sí, con una como Cecilia Maldonado.

- ¡Tú estas loco, o qué te pasa! ¿Qué no oíste en las noticias lo del huracán?
Le decía molesta, Sofía, a Manuel, mientras éste buscaba un short entre la ropa revuelta del ropero.
- ¿Cuál huracán? Exageran en las noticias. Mañana vamos a Kino.
- Iras tú, porque yo no. Además, no tengo traje de baño.
- Pues ponte un short y una camiseta.
- ¿Y tú, qué te vas a poner?
- No sé.
- ¿Cómo que no sabes? –Le preguntó más molesta Sofía a Manuel.
- ¡Un short! ¡Algo encontrare!
- Te vas a poner ese maldito short del Pato Lucas, que me cae tan gordo.
- A mi me gusta, me lo regalo mi mamá.
- A mí no me gusta la playa, porque me quemo.
- ¿No dices que va a llover? –Dijo burlándose, Manuel.
- Ya vez, me das la razón. ¡No vamos!
Manuel la tomó del brazo con brusquedad.
- ¡Vamos, porque vamos!
- ¡Algo raro te traes tú!
- Quiero descansar, ver el mar, la playa. ¡Qué tiene de malo!
- Quieres darme la contra, es lo que quieres. Bien claro dijeron que mañana nadie vaya a Bahía Kino.
- Pues, yo sí, y tú también.
- Por qué no vamos mejor a San Pedro, asamos carne, y nos tomamos unas cervezas.- Le dijo Sofía, en tono reconciliador.
- ¡Busca el colchón inflable!
- Ese esta mas agujerado que un costal viejo.
- Pues algo, porque eres tan chillona, que luego no te vas a querer meter al mar.
- ¡A qué madre! ¡No sé nadar!
- ¡Eres una inútil!
- Y tú no ¿eh? No más te voy a hacer caso porque sé que no vamos a ir. Siempre dices lo mismo: Este fin de semana si vamos de paseo. Y luego nada, ¿sabes por qué? Porque eres un codiche.
- ¡No soy codiche! Lo que pasa, es que no alcanza.
- Si ya te decidieras a buscarte un buen trabajo, no estuviéramos así.
- ¿En dónde? ¿En dónde esta ese buen trabajo?
- Sal, busca. No te conformes con una escoba y un trapo para sacudir oficinas.
Manuel la toma de los hombros y la avienta contra la cama.
- ¡Muy hombrecito, no! Para otra cosa deberías de serlo.
Él tomó el control de la televisión, la encendió y no le volvió a hablar a Sofía.