lunes, 20 de abril de 2009

XIII

Raíces de vida entera
irrumpen entre el asfalto,
y exige su voz germinia
no ahogarse entre el hormigon
de cal y canto callado.
Magda González

LA SITUACION LABORAL DE LAS MUJERES EN EL ARTE

Hablar de arte en Sonora, sería muy general. Lo que podría decir que caracteriza a Sonora, en este rubro, es un grupo, no muy grande, de mujeres y hombres, dedicados a promover y proyectar sus trabajos artísticos. Es sabido, que en la situación en que nos encontramos, utilizamos el 80% de nuestro tiempo en promovernos, y sólo nos permite el mercado dedicar un 20 % a crear. Claro, me refiero a los que nos dedicamos a esto como profesión y modo de sustento, ya que muchos tienen que laborar en otras áreas, la mayoría en la burocracia cultural o en la docencia.

Las mujeres que laboran solamente en el arte, a veces tienen que posponer proyectos, como el de tener familia, ya que no cuentan con trabajo fijo que asegure el ingreso a guarderías publicas, o servicios médicos para ellas y sus hijos. Las mujeres de más de sesenta años, que han dedicado toda su vida a este trabajo, mucho menos cuentan con una jubilación o apoyo a servicios médicos, esto es lamentable, que después de dedicar todos sus esfuerzos a dejar un patrimonio a su comunidad terminen sólo con el apoyo de sus familias, si bien les va.

Anoto, como caso singular, el programa de Seguro Popular para artistas, implementado por la administración actual del municipio de Hermosillo, que cubrió el gasto de inscripción por el año 2008 a 2009, claro es un esfuerzo que se agradece, pero no sabemos si tendrá continuidad, y si beneficiará a más artistas, ya que fuimos pocos los beneficiados, tomando en cuenta el número de artistas que lo necesita, pero como proyecto de inicio, cuenta.

Algunas instituciones han implementado las llamadas becas para creadores, las cuales funcionan más como contratos laborales, donde el artista tiene que dar algunas funciones o cursos para pagar esas becas, entonces la pregunta sería ¿quién apoya a quién?
Otra beca, la llamada al merito o trayectoria, es una cantidad minima, que no llega ni a los $100,000.00, para una persona de más de 60 años, que ha dedicado su vida a esta labor, casi parecería una burla, y por supuesto que son muchos hombres los que están en la ternas, pocas mujeres ¿por qué? Eso les toca contestarlo a las instituciones que organizan esto.

Las políticas culturales en nuestro Estado, hasta el momento, parecerían más inclinadas a apoyar a instituciones gubernamentales, que a los artistas. Aunque la ley de Cultura de Sonora parecería una panacea, muchos nos preguntamos ¿quién esta al pendiente que de verdad se aplique de una forma equitativa y justa? Dice que existe un Consejo de Cultura y Arte, ¿Quiénes y qué han hecho estas personas para apoyar las propuestas de los creadores?

Yo quisiera saber si las personas involucradas en la política de nuestro estado, candidatos, diputados, y alguno que otro funcionario de cultura, si conocen lo que hasta hoy la historia de las políticas publicas, en el área de cultura, han hecho o no hecho, en los diferentes gobiernos, tanto municipales como Estatales.

Lo que hagamos las mujeres con nuestra creatividad artística, dentro de nuestros talleres, eso ya es muy personal, la calidad de la obra sólo puede conocerse hasta que es expuesta a un público, y eso, hasta el momento, es responsabilidad de las instituciones, ya que muchas de nosotras quisieras ser independientes como promotoras de nuestras obras, dentro de las llamadas empresas culturales, pero resulta que el arte no es rentable para que se nos de un préstamo de las instituciones bancarias o de gobierno, eso incluye al Instituto Sonorense de la mujer, y al Instituto municipal de la mujer, ya que si llevamos un proyecto a sus programas de mujeres pequeñas empresarias tiene que estar inclinado a liderear algún proyecto comunitario, pero nunca sólo por apoyar proyectos para promover la obra de la artista.

Como ven, no quise hablarle de problemas de genero, ya que el arte no tiene sexo, es una expresión estética de los seres humanos, los problemas empiezan cuando interviene el mercado y las políticas culturales.

Me quemas cubriéndome de llagas, que después lamerás para aliviar mi dolor.

Con gran fuerza golpeaba el martillo contra el yunque, forjando una larga cadena. Estaba decidido. Cada eslabón era una de las ofensas que ella le había hecho. Gozaba viendo las chispas que el acero lanzaba a cada golpe. Sí, definitivamente, eran iguales al brillo de sus ojos. Nada, nunca lo volvería a engañar, estaba harto de esa llamada prostitución sagrada. Sólo de pensar que otro tocara su vientre suave y carnoso le hacia sentir fuego en el pecho.
- ¿Hefesto, qué haces? -Le preguntó, curiosa, Afrodita.
El no contestó, ni siquiera volteo a verla. No podía creer la inconciencia de su mujer. Tal vez ella creía que además de cojo era idiota.
Afrodita se regocijaba contándole a Hefesto los últimos sucesos en la sala del Olimpo. Zeus le volvió a ser infiel a Hera, para poder favorecer a los hombres con un semidiós. Sólo a Zeus se le ocurre confundir su promiscuidad con su compasión a los mortales.
Hefesto no esbozo ni la más pequeña sonrisa. Afrodita pensaba que ninguna mujer podría vivir con un hombre tan malhumorado. Lo feo no importa, pero ese carácter lo hacía verse más horrible de lo que era.
Él pensaba - ¿Por qué una Diosa tan hermosa tenía una cabeza llena de humo? ¿Qué la inteligencia esta peleada con la belleza? Entonces, él debería ser el hombre más hermoso del mundo porque estaba obsesionado por una bobalicona, que sonríe por la menor tontería.
- ¡Qué calor! – Exclamó afrodita refiriéndose a la fragua del taller de Hefesto.
-Ya va a empezar con su quejas –pensaba él- ¿qué no tendrá otra cosa de que hablar?- Muchas veces había pensado hacer un pequeño candado para colocarlo en la boca de Afrodita, para ver si así podía dominar el impulso de su mujer de hablar, hablar y hablar. Pero al momento se arrepentía: ¿Cómo besar una boca con un candado puesto?
Afrodita, se quito la ropa. Le hacía gracia ver las miradas furtivas que Hefesto dirigía a su cuerpo desnudo. Ella nunca había entendido la timidez. Ese refrenar el impulso de mirar, tocar, acariciar, besar el cuerpo deseado. Sí, definitivamente, Hefesto era feo, pero con el sólo hecho de mirar esos brazos nervudos y fuertes, el torso sudoroso por el calor de la fragua, era suficiente. Cuando él la seducía era como si ella fuera un metal precioso que se convertiría en la más fina y preciada joya a golpe de martillo. El fuego de Hefesto la hacía dúctil.
-¡Maldición,- pensaba Hefesto- de nuevo su cuerpo! Yo no sé por qué Hera me la dio por mujer. Los hombres no deberían tener mujer, los hace ansiosos, anhelantes. Hubiera sido mejor que Zeus nos negara ese placer. ¡Qué va! Si hasta él mismo es castigado por la debilidad y melancolía que nos provoca no tenerlas cerca.
Y mientras Hefesto miraba a Afrodita desnuda no pudo evitar dejar de martillar. Era como si de pronto toda la furia que sentía se hubiera convertido en lava espesa que corría hacia ella.
Afrodita dejó de hablar, él sonrío, y se dejaron llevar por el furor de sus caderas.
Eros, ese pequeño Dios alado, furtivamente entro al taller, y mientras ellos dormían satisfechos tomó la cadena y salió sin ser visto.
Cuando despertó, Hefesto recordó su labor. Ahora estaba más decidido que nunca a terminar esa cadena. Pero ya no estaba. Rápidamente pensó que algún amante de Afrodita la robo. Despertó a su mujer con fuertes gritos que le reclamaban a desaparición. Afrodita al ver el enojo de él, indignada intento salir, pero él la tomó de las muñecas y prometió por todos los Dioses que no la dejaría salir hasta que encontrara la cadena.
Mientras tanto, Eros se entretenía pasando la cadena alrededor de la tierra. Era tan larga que parecía interminable. Llego un momento en que pensó que podría encadenar todo el universo con ella. Cuando de repente escucho gemidos, reclamos, llantos que parecían proceder de todos los confines de la tierra, era delirante. Llamaba a compasión hasta al ser más cruel. Eros decidió dejar lo que hacia y bajar al lugar donde habitan los mortales, y al ver lo que ocurría no pudo más que llorar bajo la mayor desesperación. Los hombres furiosos mataban a sus mujeres, las golpeaban. Algunas morían quemadas vivas, apedreadas o emparedadas. Otras trataban de escapar de la furia de sus maridos y se lanzaban por los precipicios. Era lo más horrible que alguien pudiera ver. Aquellos cuerpos que antes eran bellos y armónicos ahora yacían desmembrados, sin vida, y lo peor, sin la menor compasión.
Los hombres blasfemaban contra sus mujeres, las acusaban de sus deshonras, y de todos los males de la tierra. Eros no sabía ya que hacer. Tal vez los mortales fueron poseídos por alguna furia vengativa. ¿Pero, cuál? Eran buenas mujeres que mantenían encendido el fuego de su hogar y cuidando la vida de sus hijos.
Eros al ver que no podía hacer nada decidió buscar a Afrodita para que viera que hacer.
Voló este Dios al lugar donde había visto a Hefesto y Afrodita, pero encontró el taller de Hefesto cerrado con una enorme roca que cubría la entrada; pero aún así podía escuchar Eros los ruegos de Afrodita. Cerca de ahí corría un caudaloso río que con su corriente le ayuda a quitar la enorme roca y así fue.
Afrodita salió, estaba furiosa contra su marido. Le contó a Eros lo de la perdida de la cadena. Eros, lloroso, le dijo a la Diosa que él la había tomado, sólo para entretenerse y ver que tan larga era.
- ¿Y qué hiciste con ella? – Pregunto Afrodita.
- La convertí en un gran anillo que rodea la tierra. – Dijo Eros.
Afrodita apenas podía creer lo que este Dios imprudente había hecho.
-¡Él casi me mata por esa cadena!
Al escuchar Eros la palabra matar recordó la tragedia que sucedía entre los mortales y apresuradamente lo refirió a Afrodita.
Mientras tanto, Hefesto buscaba por todas partes a los Dioses, semidioses y mortales que habían tenido que ver algo con su mujer. Preguntaba, insultaba, golpeaba, pero nadie le sabía dar razón de la cadena.
Pensativo se sentó en lo alto de una montaña, y empezó a oler el aroma de la sangre. De inmediato pensó en una nueva guerra que cubría de odio la tierra, pero no, ese olor era de sangre, pero de sangre torturada, doliente, humillada e inocente. Fue tan grande su congoja que las lágrimas rodaron por sus mejillas sin poderlas contener. Bajó de la montaña y se acerco a los poblados de los mortales, y a sus ojos llegaron las imágenes de horror. Sólo pudo implorar a todos los Dioses por piedad para los humanos.
Acercándose a un hombre que mutilaba el cuerpo de su mujer, le preguntó por qué lo hacía. El hombre le contestó:
- Me fue infiel, me humillo, es tonta, pusilánime, quejosa y obcecada.- Le dijo.
- -¿Y por eso le das esa muerte tan cruel?- Espantado le reclama Hefesto.
El hombre lo mira fijamente y le dice que es lo que le dicta la furia de su corazón.
El Dios no pudo contrariarlo porque él hace poco también quería encadenar a Afrodita por la furia de sus celos y descontentos.
- Yo soy Hefesto, Dios Olímpico e hijo de Zeus. Les ordeno que se detengan, que calmen la furia de sus vísceras y acaten la armonía de la vida.
Nadie pareció escucharlo, todo era descontrol, gritos y golpes furiosos.
En eso llegaron Afrodita y Eros. Hefesto al ver a Afrodita trata de cubrirle los ojos para que no viera esa terrible matanza. Pero la Diosa ya lo había visto todo y lloraba desesperada al ver aquel horror provocado por la furia de los hombres hacia sus mujeres.
Hefesto desesperado pedía perdón a Afrodita por todo lo que había pensado hacer perseguido por la furia de sus entrañas. Aborrecía una vez y para siempre esa terrible cadena con que pretendía atraparla en la oscuridad de una caverna.
Eros, avergonzado, confesó a Hefesto el robo. Al momento el Dios herrero le preguntó dónde la había dejado.
- Buscando medir que tan larga era rodee a la tierra con ella.
Hefesto grito desesperado, él mismo era el culpable de la tragedia de los mortales al construir esa cadena de resentimientos, impiedad, odio, celos y vergüenza.
Corrió Hefesto a su taller. Afrodita y Eros lo seguían apresurados. Hefesto intento meter sus manos al fuego sagrado para castigarse destruyendo las manos que forjaron el crimen más brutal. Afrodita alcanzó a detenerlo y mirandolo con ternura, tomó las manos de Hefesto y las beso llena de compasión hacia el dolor de su marido. La Diosa tomó el martillo y le ordeno a Hefesto que destruyera la cadena maldita, causante de tantas desgracias.
Hefesto fue rompiendo todos los eslabones hasta que liberó a la tierra de esa maldición.
Los hombres volvieron a recobrar el equilibrio de su corazón, pero horrorizados miraban la matanza. Sus mujeres estaban golpeadas, muertas, mutiladas. Creyeron que su pueblo había sido atacado por sus enemigos que así se vengaban. Pero al darse cuenta de que ellos mismos lo habían hecho trataron de tomar sus espadas y cercenar su cuello para pagar su crimen.
Pero llegaron Afrodita y Eros y deteniendo sus espadas y dagas, la Diosa les dijo:
- Hijos de la tierra, entiendo su espanto y dolor. Ustedes han sido presas de una alucinación divina que los llevo a cometer estos horrendos crímenes. Reconozco que el error de los Dioses repercute en los hombres, y por esta razón la sangre se volverá carne, y sus lágrimas se volverán la sangre viva de sus mujeres.
En ese momento una lluvia suave empezó a caer y donde había muerte resurgió la vida, y donde había agonía volvió la salud. Las mujeres parecía que habían despertado de un sueño. Poco a poco regresaron a la vida. Los hombres ya no hallaban si reír o llorar; abrazaban y besaban a sus mujeres lanzando gritos de pean a la Diosa Afrodita. Todo volvió a la armonía. Sólo Hefesto estaba sentado en la cima de una montaña pensativo:
-¿Y qué voy a hacer con los celos que me atormentan? Soy el Dios más desdichado. ¿Soy poseedor de la belleza absoluta e inmortal, o es que la belleza infinita es un don divino que se tiene que compartir con todo ser viviente? Tal vez lo mejor es ser mortal. Es tan corta su vida, ya ellos saben que la belleza es efímera, sólo se tiene por instantes, lo demás es imperfecto y envejece.

TRES MUJERES