jueves, 23 de abril de 2009

EL REGRESO

Es extraño regresar a mi ciudad. Me sorprendo, me atemorizo, me hago preguntas, creo que sueño. ¿Qué diferencia hay entre estar aquí y estar allá?
Cuando estaba en esa gran ciudad, caminando por sus anchas avenidas, pensaba, sintiendo la calidez del bien perdido, en el regreso.
Ya estoy aquí y te busco. Más en tu mirada encuentro una perplejidad que no me deja acercarme. Hubiera querido que tocaras mi rostro como un ciego, y después, con seguridad dijeras: sí, es ella.
Pero no fue así y te fuiste sin haberme reconocido. Pensé, tal vez mis gestos, mi mirada, la expresión de mi voz ha cambiado. Sin que yo me diera cuenta la gran ciudad se me adhirió.
Tardaré en recuperarme, y entonces, habré llegado.

La costumbre me hace volver al mismo lugar. No quiero mirar hacia atrás, la destrucción es como una rebaba incrustada en el ojo.
Ojo sangrante e inflamado.
El Cíclope, como todas las tardes, se sienta sobre la arena de la playa y espera, pacientemente que ella surja entre las olas con su torso desnudo dejando ver sus senos, esferas de cósmicos misterios. Él, apenas tiene tiempo de ver ese rostro tan perfecto que le dedica una sonrisa y una mirada, cuando ella, gozosa, se zambulle entre las olas, dejado ver el brillo de sus escamas, cometa que se aleja en el firmamento; pero sólo tiene que esperar un poco, ya que ella resurgirá como el festón de una incesante ola, una y otra vez, hasta que las constelaciones reclamen su lugar en el manto de la noche.
Entonces, el Cíclope, meditabundo, se pregunta: ¿por qué él simplemente tiene un ojo para ver el vaivén de las olas donde nada la hermosa y seductoras sirena?
La respuesta que encuentra es tan sencilla que lo hace sonreír: Si yo tuviera un par de ojos seguramente los Dioses me castigarían con la ceguera. Nunca el todo, sólo la mitad, para que siempre anhele la dicha completa. Es el designio de los Dioses y ellos saben la verdad de la eternidad.
Anhelar... anhelarte... El Cíclope cierra su ojo, duerme, y sueña con sirenas.

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